Orgullo de un barrio
28 de noviembre de 2020
En el mediodía del miércoles, el país se detuvo unos minutos al escuchar una de las noticias más tristes que nos podían dar. A cada persona esto lo debe haber agarrado totalmente desprevenido, y a cada uno le pega distinto esta noticia, pero lo que nadie se va a olvidar es que estaba haciendo ese día, que estabas haciendo ese momento específico en el que te enteraste. Era un día más, hasta que al mediodía se confirmó lo que nadie esperaba, que esta vez sí lo que parecía prácticamente imposible y lejano llegó, y este miércoles pasó a ser un día muy difícil de olvidar.
Su última gambeta dejó a un pueblo impactado, conmovido. Un cachetazo muy difícil de caer, porque Diego es eterno, con sus virtudes y sus varios defectos y errores a lo largo de su vida, pero es eterno. Ver a todo el mundo del fútbol conmovido impacta, pero a la vez enorgullece a un club humilde que infla el pecho cada vez que se lo nombra en cualquier cancha del planeta. Allá lo esperan su papá y su mamá con los brazos abiertos y dándole mucho amor con lo que él los extrañaba. También allí se encontrará con Francis Cornejo, su gran maestro, aquel que se deslumbró viendo bailar a ese chiquito de 8 años proveniente de la villa con la pelota, en una prueba en parque Saavedra. Francis no creía lo que estaba viendo, y dudaba en que le estaba mintiendo con su edad, no por su altura porque era de los más bajitos, sino porque no podía entender que un chico de esa edad podía hacer las cosas que hacía con una simple pelota. “Si ese pibe tenía ocho años, yo era Gardel… y eso que ni siquiera sé cantar.” Escribió alguna vez Francis de aquel día en el que sin saberlo iba a ser tan importante para la vida de muchos. “Dicen que por lo menos una vez en la vida todos los hombres asisten a un milagro, pero que la mayoría no se da cuenta. Yo sí. El mío ocurrió la tarde de un sábado de marzo de 1969 sobre el pasto mojado del Parque Saavedra cuando un pibe bajito, que me dijo que tenía ocho años —y yo no le creí—, hizo maravillas con la pelota. Cosas que yo nunca le había visto hacer a nadie.” Eso decía Don Francis en un libro. Hoy sin dudas se vuelven a juntar en algún lugar, Dieguito y Don Francis, y allá lo volverá a descubrir, acompañar y cobijar en un abrazo del alma. Diego está en buenas manos.
Siempre que se hable de algo fatídico con el máximo fruto que dio un club, ese club lógicamente estará conmovido y paralizado. Pero no se trata solamente del fruto más grande, de la semilla más importante que dio Argentinos Juniors. Es el mejor fruto que dio la historia del fútbol. El mejor jugador de la historia del deporte más popular del mundo nació acá, en Paternal. Su casa es Argentinos. Mucha gente emocionada se la vio declarando que este 25 de noviembre se le fue como si fuese un padre, y a Argentinos no se le fue un padre, se le va un hijo, con todo lo que ello significa. El hijo, nuestro “Pelusa”. Porque nació y fue criado en el bicho, pero hubo un día que se fue de casa a brillar y mostrar su talento por todo el mundo, y en cada logro siempre el hincha lo tomó como suyo. El orgullo que siente cada hincha al decir que Maradona nació acá es irreemplazable. Nos representó en cada rincón del planeta. Nos puso en el mapa futbolístico del mundo entero. 116 goles hizo en el bicho, siendo tan joven y mostrando su potencial al mundo, consiguiendo esa cifra que no iba a superar en ningún otro club. Siendo el mayor orgullo de La Paternal, y representándonos por el mundo de la mejor manera. Al hincha deja tranquilo de haberle hecho tantos homenajes en vida, como el nombre de la propia cancha, y de haberlo mimado tanto, como la última vez que pisó su estadio en la que el 10 dijo textualmente “yo nací acá y voy a morir acá” Su siempre declaración de amor y de identificación con Argentinos. De esos amores que nunca mueren.
Y no, en ningún momento de la nota se menciona lo sucedido. En parte porque me cuesta pensarlo, y ni hablar en escribirlo. Y por otra parte porque no es verdad, Diego no se va. Diego Armando Maradona vivirá por siempre, si cuando juega el bicho de local escuchás su nombre, si te cruzas con sus videos interminables veces, si escuchás sus canciones, si mirás las paredes de tu habitación y ves su cara en un póster, si ves la 10 y recordás sus jugadas, si ves la celeste y blanca y ya lo asocias con él, si alguien arranca a amargarse a un par de jugadores y escuchas hizo una de Maradona, si se escuchan sus inagotables frases por las calles y se te viene su voz, si el pueblo grita su nombre una y otra vez. Van a tener que destruir al mundo entero para que sea olvidado para siempre.
Es tan difícil explicar lo que genera Diego en la gente. Es tan difícil encontrar las palabras justas para explicar estos sentimientos, que quizás ni las haya. El diccionario y nuestra riquísima lengua hoy están en deuda. Cómo explicar con simples palabras ver a millones de personas despidiéndolo y llorando su partida, qué razón tenés que dar para explicar la foto de miles de chicos y chicas en el mundo llorando que no lo vieron ni jugar, cómo explicar cuando ves hinchas de todos los clubes mezclados - dejando atrás sus rivalidades - llorando y acompañando hasta último segundo, que escribir de la gente que pacíficamente (porque para los inoportunos que provocaron disturbios en un homenaje así no merecen ni un renglón de mención) esperó larguísimas colas de fila para despedirse apenas unos segundos de su ídolo, cómo decir que los diarios más trascendentes del mundo dejaron de lado temas tremendamente importantes de la dura actualidad para dedicarle parte de sus tapas a este señor. Hay una canción de las pastillas del abuelo que dice: “Te me metiste en la piel, me sobornaste la razón.” Y es un poco eso lo que siente el hincha y todo aquel para quien este 25 de noviembre de 2020 no fue un día más.
REPASA LA EDITORIAL DE DAVID BURSZTYN